Ignacio Sanz (Entrevista)

ENTREVISTA REALIZADA POR JUAN JOSÉ LAGE PARA LA REVISTA PLATERO, nº 194, enero – febrero, 2014

Ignacio Sanz (Lastras de Cuéllar, Segovia, 1953), es escritor y narrador oral. Licenciado en Sociología es autor de una amplia obra literaria que abarca más de cincuenta títulos entre novela, relatos, literatura infantil y juvenil, viajes y etnografía. Ganador de varios premios de relatos, quedó finalista del premio de Narrativa TORRENTE BALLESTER con su novela «La música del bosque». Con «Una vaca, dos niños, trescientos ruiseñores» y con «El hombre que abrazaba a los árboles» obtuvo el premio ALA DELTA de Literatura Infantil en el 2010 y en el 2013, respectivamente; y con «Picasso me pica» el PRINCIPE PREGUNTÓN de poesía infantil 2.010. Combina la escritura y la animación sociocultural. Dirige el Festival de Narradores Orales de Segovia y de El Espinar.

1.- Para que nuestros lectores te conozcan, define tu estilo, tus temas preferidos, tu manera de escribir…
Qué cosa más escurridiza, el estilo. Los escritores nos pasamos media vida buscándolo. Pero, al final, el estilo llega y llega decantado, como llegan las canas, porque el estilo no es más que la prolongación de nuestra manera de ser. En mi caso, creo que mi estilo es deudor de la narración oral. Hace poco me decía un lector muy cualificado que, según me estaba leyendo, le parecía que me estaba escuchando, es decir, que mi estilo tenía que ver con mi manera de contar de viva voz. Quién sabe. En ese sentido me gusta mucho la prosa de Delibes porque da tregua a los lectores, quiero decir que les permite respirar. Y también aprecio la prosa de don Pío Baroja que escribía en un estilo que él calificaba de retórica menor. No escribimos como hablamos aunque, a veces, lo parezca. Ahí está el arte.
Los temas también vienen a ti porque son una prolongación tuya. Yo, al menos no digo: voy a escribir de planetas o de mares. Una historia me ronda la cabeza, comienza a crecer y llega un momento que te ves obligado a escribirla para que la cabeza no te estalle. Eso sí, luego te das cuenta que, con pequeñas variantes, escribes sobre naturaleza, sobre ecología, sobre viejos oficios artesanos. Lo que he sido. Lo que soy. Un artesano por mi condición de ceramista y por mi condición de escritor. Con frecuencia los protagonistas de mis libros son gente de a pie, carpinteros, cocineros, canteros, modistas o leñadores. Pero no leñadores de cuento, a ver si nos entendemos. Hablo de tipos que tienen en el hacha un aliado.

2.- Cuéntanos algo de tus gustos literarios, tus lecturas de infancia…
No leí ni un solo libro en mi infancia. Virgen santa, ya sé que esto no debiera decirlo. Pero así fue. No los había, salvo la enciclopedia. Y, sí, recuerdo uno que me trajo mi tío Perico de Madrid, el protagonista era un guardia urbano, como él. Pero no había libros. Claro que tuve a mi abuela María. Siempre hablo de la deuda que tengo con ella. Porque era un libro abierto. Como tantas abuelas se pasaba la vida relatando historias en la cocina, cuentos, dichos, trabalenguas, jotas, refranes, oraciones. Ella fue mi libro, ella me inoculó el veneno de la literatura con aquellas retahílas mágicas que me encandilaron para siempre. Y luego, eso sí, tuve en Madrid, una adolescencia muy lectora. Lo cuento al pormenor en mi libro «El domador de palabras».

3.- ¿Cómo fueron tus inicios con la LIJ?
Mi primer libro infantil fue «Agapito, pito, pito». Lo escribí por encargo. Se trataba de acercar al folklorista segoviano Agapito Marazuela a los niños. Agapito fue un personaje muy literario. Quedó tuerto siendo niño. Y anduvo los caminos subido en un carro al lado de su padre que era trajinante. Así fue educando su oído en tabernas y posadas. Luego sufrió cárcel, pero esa parte ya no la cuento porque en mi biografía me limitaba a sus años infantiles. Claro que también publiqué junto con Luis Domingo Delgado y con Claudia de Santos, un libro de folklore infantil. Precioso. Supongo que por ahí comenzó todo. Y leyendo, claro, leyendo a los grandes, esos escritores que escriben para niños pero que no aburren nunca a un lector adulto. Un tal Dahl. O un tal Farias. O un tal Avelino Hernández que, además, fue amigo de aventuras.
4-¿Hay algún autor de LIJ que consideres clásico y que tengas de referente?
Además de Roald Dahl, me encantan dos autores contemporáneos: Daniel Nesquens y Pablo Albo. Me encantan, quiero señalarlo, no tanto como ciudadanos que me resultan extravagantes, pero sí como escritores, por esos elementos absurdos y poéticos con que salpimentan sus historias. Y el desenfado de sus personajes. Han creado un estilo. También Bernardo Atxaga. En realidad se trata de escritores con estilo, es decir, con personalidad decantada. Luego hay libros sueltos, muchos libros sueltos de diferentes autores que he leído con placer y que realzan el género. En todos se nota una exigencia por la calidad literaria.
5-¿Por cuál des tus libros sientes más predilección? ¿Reformarías alguno de ellos?
Hay dos libros para lectores once años en adelante, que se publicaron en la sección roja de Barco de Vapor, ya descatalogados en papel que son «Madera de ángel» y «El domador de palabras»; creo que me definen muy bien. Pero en este repaso no puedo olvidar, sería imperdonable, los dos premios Ala Delta: «Una vaca, dos niños y trescientos ruiseñores» y «El hombre que abrazaba a los árboles». Creo que un escritor que ha escrito tanto como yo, de cuando en cuando siente que un ángel te sopla la historia. Y estos dos libros surgieron así. Pero hay otro libro sorprendente: «El bosque encantado», ilustrado por Noemí Villamuza que tiene, me consta, mucho éxito entre los primeros lectores. Y digo que es sorprendente porque tiene tan solo 60 versos, es decir, dos folios escasos, un libro más breve que una breva. Suele estar en todos los colegios y bibliotecas que visito y ha corrido mucho mundo. Incluso en otras lenguas. Y respecto a lo de cambiar, sí, siempre que cae un viejo libro en tus manos, te tirarías de la oreja por algún adjetivo innecesario o por alguna escena que podrías haber resulto de otro modo, pero esos libros ya no son tuyos, sino del que fuiste y, salvo algún error grueso, por respeto, no suelo meter mano.

6ª – Los índices de lectura en España permanecen estancados hace años. ¿Cuál sería para ti el plan de fomento ideal?
Debería llover más y hacer más frío, eso facilitaría que la gente menuda se internara en casa. Como en los países del norte. Digamos que el clima no nos favorece. Pero al margen de los fenómenos meteorológicos, tampoco estaría mal un mayor apoyo institucional y familiar. Se sabe que las familias donde leen los adultos hacen más propicia la lectura de los niños, aunque la ecuación no sea infalible. También vienen bien fenómenos de entusiasmo colectivo en torno a un libro. Raramente se producen. Hay libros infantiles tan redondos que debieran pasar de mano en mano. Mejoran la salud de los ciudadanos.

7ª.- ¿Cómo ves el panorama actual de la LIJ es España?
La literatura infantil existe. Eso no se podría decir con tanta contundencia hace treinta años, cuando era solo incipiente. Y existe con muchas tendencias y estilos, casi tantas como autores. De manera que estamos ante un fenómeno maravilloso que ha ocupado un espacio y ha permitido una especialización, tanto a autores, ilustradores, editores y libreros. Hay libros de autores españoles que conquistan el corazón de niños de medio mundo. En fin, un lujo

8ª.- ¿Qué responderías a quienes consideran la LIJ como un «arte menor»? ¿Qué características debe tener para ti un buen libro infantil?
No hay artes menores. Todo aquello que nos toca el corazón, que nos estremece, tanto en música, en pintura, el teatro, en literatura, es Arte, sencillamente.
Y el arte es escurridizo. No hay fórmulas. Por eso es tan difícil dar con un libro genial. Los que nos devanamos los sesos para tratar de conseguirlo sabemos que hay que andar el camino y, de cuando en cuando, solo de cuando en cuando, nos encontraremos un tesoro. Pero hay que andar muchas leguas. Y en eso estamos.