Escuelas y Colegios

(EN  DEFENSA DE LA ESCUELA PÚBLICA)

     “La única solución “milagrosa”, que muestra una historia de larga duración, es la escuela obligatoria, gratuita, pública y laica”.
(Juan Carlos Tedesco)

             “La educación es la base de la ley y el orden”
(John Ford)

                        Tengo aún pendientes en mi memoria unas palabras de Julio  Llamazares sobre la importancia de la educación pública y la influencia positiva que la misma tiene en el devenir de los países. “Qué casualidad que en los países más transparentes y menos corruptos del mundo – se refiere especialmente a los países nórdicos –  la escuela pública sea prioritaria en detrimento de las escuelas privadas o concertadas”.   (Dinamarca, por ejemplo, fue el primer país en establecer la escolaridad obligatoria y gratuita desde 1739, siguiéndole Suecia en 1852, mientras que en España no llegó hasta 1904)

    La denominada “concertación” o escuelas privadas subvencionadas con fondos públicos, tuvo lugar en España en 1985,  con el gobierno de Felipe González – hecho del que por cierto dice haberse arrepentido – dado que no había por aquel entonces oferta educativa suficiente: actualmente nuestro país es, tras Bélgica, el país con más aulas concertadas.

Adaptemos esta reflexión de Llamazares a la situación actual  de nuestro país, a la degradación de la democracia, a los impunes asaltos a las arcas del Estado. ¿Qué sucede en España? “Pues que durante siglos – se reafirma el autor – hemos tenido una escuela para ricos y otra para pobres y que, además, somos – o nos creíamos – un país de “nuevos ricos” y por ende, deseábamos que nuestros vástagos compartieran pupitre con lo que supuestamente olía a selecto”.

    Curiosamente no son ajenos a estas reflexiones otros autores de la talla de Unamuno o Camilo José Cela. En “Recuerdos de niñez y mocedad”, obra autobiográfica del autor bilbaíno, comenta lo siguiente: “El Colegio al que me llevaron era uno de los más famosos de la villa. Era “colegio” y no “escuela” – no vale confundirlos – porque las escuelas eran las “de balde”, las de la villa, por ejemplo, a donde concurrían los chicos de la calle…y llamaban padre y madre a los suyos y no como nosotros papá y mamá”.

    Más o menos de la  misma opinión es el autor gallego, cuando también en su obra autobiográfica “La Rosa”  refiere la siguiente anécdota: “El Colegio al que fui en Tuy no era un Colegio, era la Escuela; una habitación grande y destartalada…con una tarima para el maestro…y las largas filas de inhóspitos y duros pupitres rebosantes de niños de todos los pelos, ropajes, tamaños y cataduras”.

    Claro que estas argumentaciones pueden ser hábilmente manipuladas aludiendo al manoseado principio de la “libertad de los padres” para la elección  de Centros, o “ideológico y capcioso anuncio publicitario” en palabras de Emilio Lledó, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2015: “¿los trabajadores de Vallecas tienen libertad para mandar a sus hijos a los Colegios de pago de las zonas ricas de Madrid?, se preguntaba, para añadir: “la proliferación de Colegios privados rompen el principio de igualdad”. Puestos a hablar de libertad: ¿por qué no entonces libertad para la interrupción del embarazo? ¿O libertad de huelga y manifestación? ¿O libertad para la eutanasia? Reivindicación de la libertad, por cierto, que curiosamente antes de 1985 había estado ausente.

¿Y la libertad de los padres para elegir la educación que desean para sus hijos?, se pregunta también Fernando Savater. Y así responde: “pues debe respetarse siempre que no vaya contra el núcleo educativo esencial. La educación es una necesidad social y democrática, no un proyecto meramente familiar. Y eso es lo que deben financiar los fondos públicos y la escuela de todos”.

La pregunta que siempre tengo “in mente” es en qué criterios se basa esa supuesta libertad: ¿Docentes mejor cualificados? ¿Mejores recursos  materiales? ¿Menos alumnos por aula?..que son a mi juicio los tres parámetros que sirven para medir la calidad de la enseñanza. Calidad de la enseñanza pública calculadamente desprestigiada para favorecer a las instituciones privadas. Y hay otra incoherencia – por emplear un término que suene a eufemístico – que me sorprende: los docentes de los centros públicos que no dudan en matricular a sus hijos en centros privados o concertados, en un ejercicio que no dudo en calificar de hipocresía social.

Ya Rubén Darío en su obra “España contemporánea” se refiere a la “influencia clerical de la enseñanza”: “la alta clase española está convencida de que no se puede recibir una buena instrucción sino en establecimientos religiosos.

Opinión en la que coincide  con ironía Francisco García Pavón en su libro “Cerca de Oviedo” (primera edición en 1946): “toda familia asturiana que se precie un poco, manda a sus doncellas  un colegio religioso de los innumerables  que hay. A los Institutos no van más que los desheredados de la fortuna. Como un catedrático amigo me decía en cierta ocasión, los Institutos son el auxilio social intelectual.  No está bien este colectivo desprecio por la enseñanza oficial. Tal vez influya el que en esta última clase de centros no se usan uniformes solemnes, detalle muy apreciable para un buen provinciano”

    Ana María Matute confiesa en la entrevista concedida a Marie – Lise Gazarian como cuando asistía al Colegio de élite “Las Damas Negras”, regido por monjas, las niñas ricas entraban por una puerta y las pobres becadas por otra. O sea: educación universal, pero no igualitaria.

Afortunadamente ya no existen, pienso, estas injustas discriminaciones, pero son un claro ejemplo del  papel que la educación jugó a lo largo de la historia.

Rematar estas breves reflexiones con unas palabras de personajes muy diferentes, pero que coinciden en lo mismo. Dice Fernando Savater: “durante siglos, la enseñanza ha servido para discriminar a unos grupos humanos frente a otros: a los hombres frente a las mujeres, a los pudientes frente a los menesterosos, a los “listos” frente a los “tontos”…El ideal básico que la educación actual debe conservar y promocionar es la “universalidad democrática”. Opinión que ya expresaba Bertrand Russell, al que cita: “Ha sido costumbre de la educación favorecer al Estado propio, a la propia religión, al sexo masculino y a los ricos”.

Y con la cual coinciden asimismo  tanto el actor estadounidense Matt Damon como  Gonzalo Pontón, Premio Nacional de Ensayo 2017. Dice el primero: “El sistema de Colegios públicos que existe en América estaba creado para derribar barreras y durante mucho tiempo funcionó muy bien porque ayudaba a promover la ciudadanía, pero ahora los hijos que nacen privilegiados van a Colegios privados fuera del sistema y eso automáticamente propicia la construcción de muros alrededor”. Recordar que en Estados Unidos no fue hasta 1954 cuando una ley declaró ilegal la discriminación racial en las escuelas públicas que hasta entonces había estado presente.

Y Pontón se reafirma en lo mismo: “Necesitamos un colegio único que eduque a los ciudadanos con idénticas oportunidades y de la misma forma, porque es el sistema educativo el que crea guetos y perpetúa la desigualdad”

Acertadas reflexiones que tal vez no se adapten a nuestra época, pues en opinión de Javier Negre (El Mundo, 21 -03-18): “vivimos en la era del “networking” y cada vez mas padres piensan que si sus niños entablan amistad con los descendientes de los hombres más poderosos de este país, sus posibilidades de alcanzar el éxito económico y social son más altos”.

    EN RESUMEN: si “educar es universalizar”, luchemos por una escuela pública, mixta, laica, interclasista, igualitaria y de calidad, el pilar primordial de cualquier sociedad avanzada” en palabras de Almudena Grandes (EL PAIS: 16 de julio 2018). Es decir: la escuela pública como esencia misma de la democracia.

(Articulo publicado en «La Animación a la lectura: diez principios básicos», Ed. Laberinto, 2022)