Joel Franz Rossel (Entrevista)

 

                                               ENTREVISTA A JOEL FRANZ ROSELL (Cuba, 1954)

(Realizada por JUAN JOSÉ LAGE para la revista PLATERO, nº 174, enero – febrero, 2010)

  1. Para los lectores que aún no te conozcan, explica tus características como escritor, tu estilo, tus temas preferidos…

Es muy difícil resumir una personalidad literaria en pocas palabras, y más cuando se trata de un autorretrato. Nadie tiene una idea objetiva de sí mismo y la cosa llega al extremo de que quien nunca se haya visto reflejado en una superficie pulimentada, no reconocería su rostro a primera vista. Para no irme por las ramas, como tanto me gusta, fuerzo una primera definición de mi personalidad literaria: soy analítico, me gusta afrontar las cosas por un lado poco habitual, evito la narración en primera persona y cuido mucho mi expresión. Mis libros tienen eso que algunos reseñistas llaman “una prosa cuidada”; pero al mismo tiempo busco el humor, la trama intensa, la invención lingüística.

Lo que más cuido en mis libros es la coherencia e interés de la historia. Opino que un escritor puede tener ideas muy profundas y ardientes, pero no debe expresarlas directamente en sus ficciones. Su visión del mundo, su compromiso, sus obsesiones y lo demás ha de transformarlas en acción, en conflicto novelesco, en aliento de sus personajes… en vez de manipular o lastrar la trama, la caracterización, los diálogos o la narración. Mis libros pretenden ser divertidos y profundos, realistas y mágicos, para niños y para ciertos adultos, cuento y novela (y a veces un poco ensayo), todo al mismo tiempo.

Lo anterior no significa que mis obras sean todas iguales: tengo novelas con tanto humor como La tremenda bruja de La Habana Vieja, con mucha aventura como Mi tesoro te espera en Cuba, plenas de leve misterio como Vuela, Ertico, vuela o tejidas con magia e Historia como La leyenda de taita Osongo.

Lo que indudablemente no soy es un escritor realista. Opino que la cruda realidad ha de ser cocida para convertirla en ficción narrativa (la primera es indigesta, mientras que la segunda puede ser asimilada hasta el último de sus nutrientes). Esto no quiere decir que yo rehuya la realidad, sino que prefiero abordarla con la distancia crítica que permiten la fantasía, el humor o la aventura.

En mis cuentos Javi y los leonesLa Nube y La bruja Pelandruja está malucha me dirijo a niños pequeños y soy bastante breve y directo, aunque sin renunciar a un segundo plano de lectura, a cierto relieve metafórico o, al menos, a “efectos especiales” como son rimas internas o guiños intertextuales.

En textos más ambiciosos como Pájaros en la cabezaDon Agapito el apenadoEl pájaro libro y la mayoría de los que integran Los cuentos del mago y el mago del cuento, me propuse abordar de manera parabólica o metafórica cuestiones muy concretas y serias de nuestro mundo como el poder, la necesidad del escritor de realizarse en el encuentro con sus lectores, la urgencia de prestar mayor importancia a los demás y asumir francamente nuestras pasiones y defectos, la complejidad de la vida en pareja. Mis cuentos para niños no siempre tienen temas específicamente infantiles ni personajes menores de edad… ¡y eso gusta a los chicos! Ellos bien saben que tienen que crecer, que tienen que conquistar su lugar en un mundo del que los adultos se obstinan en ocultarles cosas quizás difíciles, pero apasionantes.

Alguna vez alguien me dijo que yo era un poeta en prosa y creo que, efectivamente, en mis cuentos busco eso que diferencia al poeta del mero malabarista verbal: cierta dosis de filosofía.

Eso sí, espero ser un poeta divertido, un filósofo al que le encanta jugar. Aunque se me ha pedido definirme como escritor, tengo que aclarar que no solo soy un autor de narrativa…

Siempre me ha interesado mucho el componente visual de los libros infantiles. Mis primeras experiencias creativas, a los 10 u 11 años, tenían más de tebeo que de cuento dibujado. Y cuando empecé a escribir, no solo ilustré aquellas incipientes novelitas, sino que a menudo la idea partía por entero de un dibujo. Mi primera publicación, a los 19 años, no fue un texto, sino humor gráfico. Pero a continuación me persuadieron de que carecía de talento plástico y durante casi treinta años me contenté con tratar de participar en la elección de mis ilustradores y darles alguna opinión. No es hasta 2006 que publiqué un libro con ilustraciones propias (machacadas por la deficiente impresión), y al año siguiente, todo un álbum, La canción del castillo de arena. Todavía no me atrevo a declararme ilustrador (como tardé mucho tiempo en asumir que el de escritor era mi oficio, no por modestia sino por respeto al género). Pero esta vez se debe a que la mayoría de mis trabajos de ilustración están todavía inéditos en castellano (dos han salido solo en vasco y el último aparecerá a mediados de 2010 en francés). Aclaro que no tengo la menor intención de ser mi único ilustrador, y no solo porque hay estilos de la ilustración donde no puedo meterme o porque nunca renunciaré a la estimulante sorpresa que supone la interpretación de mis textos por otros artistas. Lo cierto es que solo me interesa ilustrar si puedo decir con dibujos algo que en palabras deseo o no alcanzo a expresar.

Hay, finalmente, un aspecto de mi trabajo que está relacionado con la literatura infantil, pero no es literatura infantil: la crítica y el ensayo.

El centenar y medio de colaboraciones que he entregado a revistas y periódicos de tres continentes no versa en su totalidad sobre literatura y libros para chicos, aunque es lo que predomina. Durante quince años publiqué más críticas que narraciones. No faltó incluso quien, en mis años cubanos, dijera que yo era un buen crítico y un mal novelista. Algo de razón tenían quienes menospreciaban mis ficciones: yo estaba en una etapa de formación y búsquedas. Desde que descubrí mi verdadera voz literaria (entre 1987 y 1991) relegué la crítica de libros –aunque me sigue gustando– y me concentré en el ensayo y la narrativa. La crítica es un género periodístico mientras que el ensayo ya pertenece a la literatura, y lo que me gusta por sobre todas las cosas es la creación.

 

  1. ¿Con cuál de tus libros te sientes más satisfecho?

Esa es la pregunta imposible, la irrespondible. Ya es verdad de Perogrullo que para un autor, sus libros son como hijos, y por tanto los ama a todos. Tiendes a encariñarte con el último porque está más cerca de los temas y formas que te hacen palpitar (pero eso me obligaría a hablar de textos inéditos… como esa novela que terminé hace solo unos días y que me sigue quitando el sueño) y acabas cediendo a la tentación de sobreproteger al “más chiquito” de la familia. Mi título más reciente es Don Agapito el apenado, primorosamente editado por Kalandraka. Pienso que defenderé durablemente ese libro porque combina una temática personal -mi inclinación a ocultar los sentimientos- con uno de los males del siglo: un egocentrismo que, paradójicamente, nos lleva a descargar en espaldas ajenas nuestros problemas, responsabilidades y culpas.    El cuento se basa en una situación que me parecía abstracta, pero que el Premio Nacional de Ilustración Federico Fernández ha sabido transformar en algo muy concreto, comprensible incluso por chicos muy jóvenes. Las penas, los remordimientos, las preocupaciones que mis personajes intentan encerrar en jaulas, lejos de sus cabezas y al margen de su vida cotidiana, fueron convertidos por el ilustrador en monstruitos feos e incómodos, pero en absoluto repulsivos.

Todo autor siente algo especial por sus libros maltratados (por un error de edición, por las pocas ventas o por una mala crítica). Pero lo más frecuente es que uno distinga los libros donde cree haberse expresado con mayor franqueza o con mayor originalidad (de lo que no van a percatarse necesariamente los lectores, empezando por esos lectores profesionales e indiscretos que son los críticos). Entre mis libros más singulares yo pondría en primer lugar, La leyenda de taita Osongo y Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes; cada uno en su estilo, puesto que se trata de libros muy diferentes.

En general puedo decir que mis mejores libros son aquellos donde combino realidad y fantasía, y hay quien piensa también que soy mejor en el cuento que en la novela. Pero precisamente los dos que acabo de mencionar son cuento y novela al mismo tiempo: Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes lleva un subtítulo que describe su estructura: “novela en ocho cuentos y medio”, mientras que La leyenda de taita Osongo se apoya en la forma de narrar evocada en el título

  1. ¿Reformarías algún libro tuyo de los ya publicados?

Todo el tiempo lo hago. Soy un escritor muy lento; porque reviso mucho, porque me divierte explorar –durante la escritura– todos esos caminos secundarios que se abren a ambos lados de la línea narrativa o porque me distraigo remontando el curso de una palabra entre las páginas frondosas de mi colección de diccionarios. Cuando recibo mi primer ejemplar impreso releo mi obra… ¡y rara es la que se salva de enmienda! Esas correcciones por lo general son inútiles, pero a menudo sirven para mejorar una nueva edición (cuando el editor quiere retocar sus patrones de impresión), para preparar una traducción o para comenzar un nuevo libro (las hendijas de una historia permiten asomarse al inagotable país de Fábula, y descubrir en él nuevas historias y personajes).

La editorial Edelvives acaba de publicar Mi tesoro te espera en Cuba, una novela que se estrenó en el año 2000 en versión francesa y que incluso tuvo una edición argentina. En la actual versión introduje modificaciones debidas a un destinatario español, con otro lenguaje y otro conocimiento de la realidad cubana… que entre tanto también cambió, pero igualmente exigidas por mi evolución estilística y porque, entre tanto, escribí una segunda aventura de los mismos protagonistas (que publicará Edelvives en 2009). Ya la primera versión de Mi tesoro te espera en Cuba la estuve modificando durante los nueve años que tardé en publicarla. Similar aunque distinto es el caso de Los cuentos del mago y el mago del cuento, precedido cuatro por una traducción brasileña que contaba tres cuentos menos y otra estructura.

Y un último ejemplo: La lechuza me contó es versión ligeramente “corregida y aumentada” del que fuera mi segundo libro, publicado en Cuba… ¡diecisiete años antes!

Y ya que estamos… también he modificado a fondo mi primer libro, El secreto del colmillo colgante. Desde 1983 es mucho lo que he aprendido en el oficio literario, pero también mucho lo que han cambiado el mundo y mis lectores. Tratándose de una novela de contraespionaje, todo el substrato ideológico y el marco geográfico-social requirió una rigurosa actualización. Cuando un autor escribe varios libros en torno a los mismos personajes, no todo ocurre en orden y concierto. Por eso, la nueva versión de mi primera novela ha sido seguida, 25 años después por Exploradores en el lago, que ocurre a mis protagonistas, antes de aquella que conté hace tanto tiempo y que ahora he debido remozar.

En fin, que las reescrituras tienen por lo menos tres fuentes: cambios del mundo real reflejado en la obra, cambios en el estilo y el oficio del autor, cambios en el destinatario (incluidos los lingüístico-culturales: niños argentinos, cubanos, españoles y franceses, de la misma edad y características socio-económicas similares, se revelan receptores muy diferentes)

  1. Desde tu perspectiva de trotamundos, de vivir entre las culturas europeas y americanas: ¿Cómo ves el panorama cultural en ambas orillas, relativo a la Literatura infantil y juvenil?

La literatura infantil en América Latina es muy diversa de un país a otro. Hay países como Brasil y Argentina con una panoplia de géneros y estilos tan variada y completa, en cantidad y calidad, como la de algunos países europeos. Otros, como Bolivia, Paraguay o la mayoría de los países de Centroamérica, tienen una producción editorial más limitada debido a sus limitaciones económicas, a su escasa población, al poco desarrollo de la escuela y a las peculiaridades de su vida cultural (más oral que escrita, por ejemplo). En general todavía no se ha producido en Iberoamérica la homogeneización en las prácticas editoriales que conocemos en Europa; es decir que todavía hay mucha diferencia entre una editorial y otra, hay mayor variedad de formatos y de géneros. Un ejemplo: al otro lado del Atlántico los libros compuestos por varios cuentos funcionan muy bien, mientras que en Europa (España, Francia…) cada cuento es un álbum, y las compilaciones son solo de clásicos (Andersen, Perrault, Grimm) o de tradición oral (cuentos de Cantabria, leyendas de África Central, mitos aztecas…).

En América Latina hay dos grandes problemas estructurales a resolver en el terreno de la lectura y la edición para chicos: incrementar los puntos de venta (librerías) y préstamo (bibliotecas públicas y escolares) y abrir las fronteras a la producción editorial de los países vecinos. Desde el punto de vista literario, quedan innúmeros temas, porciones de la realidad, momentos históricos, especies animales… que todavía no poseen avatar literario y siguen inéditos, o casi, creando un déficit imaginario y afectivo en el joven lector.

  1. ¿Y el panorama de la LIJ en Cuba?

La literatura infantil cubana es una de las más antiguas y sólidas del mundo hispánico. Surgida a mediados del siglo XIX, ya en 1889 tenía su clásico: La Edad de Oro de José Martí. Fuera de algunos títulos sobresalientes en la primera mitad del siglo XX, es tras la Revolución Castrista (1959) que surge una verdadera escuela cubana de literatura infantil. Muy subordinada en sus primeros veinte años a la prédica ideológica, la poética literaria infantil cubana se desembaraza progresivamente del lastre educativo. Pero la grave crisis económica de los 90 y su consiguiente depresión editorial, provocan la emigración de gran número de autores e ilustradores, generando algo que ya existía en literatura para adultos: la bifurcación en dos ramas: la de creadores radicados en la isla y la de creadores emigrados. Evidentemente, el número de los que permanecen en la isla es más alto y, salvo raras excepciones, su producción es más estable. Sin embargo, la literatura infantil en Cuba se enfrenta a varios problemas de envergadura: 1) La imposibilidad de acceder a la bibliografía completa de un autor puesto que raros libros se reeditan y, en la lejana época de las tiradas masivas, inclusive, se agotan completamente en pocas semanas. En consecuencia, los autores radicados en Cuba tienen un impacto muy limitado en la sociedad. 2) En el archipiélago cubano solo circulan los libros editados in situ, y para eso, esencialmente los editados en la capital. Son muy pocos, mayoritariamente de autor nacional, y no reflejan en modo alguno la pluralidad de la literatura infantil contemporánea, dejando insatisfecha las necesidades literarias de los niños cubanos. Por supuesto, los primeros en vernos privados de difusión somos los escritores emigrados. Algunos publicamos sostenidamente, pero debemos aceptar el no tener lectores de la misma nacionalidad del niño que fuimos (“Soy de mi infancia, como de un país”, escribió alguien, Rilke creo; así que los escritores infantiles cubanos en el exterior somos doblemente exiliados). 3) La literatura infantil cubana se exporta extremadamente mal. Las ediciones cubanas no tienen mercado externo; en parte debido a la poca calidad de la edición, la ilustración y la impresión, pero también porque los textos mismos resultan difícilmente leíbles por niños de otros países. Cuba es un país cerrado, con una estructura socio-económica demasiado específica y una lengua e ideologemas –que tienen una enorme importancia en la poética y la práctica de nuestra literatura infantil- sumamente endogámicos. Los escritores infantiles residentes en Cuba tienen una percepción demasiado inmediata de su lectorado y sus obras, a veces estéticamente ambiciosas, sufren de localismo. En sentido general, la literatura infantil es menos exportable que su equivalente para adultos, pues los niños solo gradualmente adquieren la madurez necesaria para comprender otras realidades y reconocerse en otros individuos; pero en el caso cubano las fronteras son particularmente compactas.

  1. ¿Qué función debe cumplir un libro infantil?

El libro infantil debe cumplir, en primerísimo lugar las funciones de la Literatura. Por supuesto libro infantil y literatura infantil no son lo mismo, y a menudo se da el todo por la parte. Los libros pueden enseñar, aportar datos, servir de soporte a debates sociales, ser mero divertimento o complementar otras actividades del espíritu… Pero cuando hablamos de novelas, cuentos o poemas para niños, estamos hablando de Novelas, Cuentos o Poemas cabales. La literatura infantil debe reflejar el mundo en que el niño vive… y al mismo tiempo darle a conocer otros mundos; la literatura infantil debe explicarle al niño sus angustias, sus problemas, sus dudas, sus deseos… y simultáneamente debe darle a conocer los problemas y sueños de otros, incluso, o sobre todo, cuando se oponen a los suyos propios; la literatura infantil debe responder a las preguntas del niño y debe plantearle interrogaciones cuya solución solo se encuentran en otros libros o en las páginas de la vida; la literatura infantil debe ayudar al niño a crecer… pero no solo a crecer en saberes y experiencias vitales, sino en adquisiciones y prácticas estéticas. El libro infantil no debe tapizar las paredes del hogar, sino dotarlo de ventanas adicionales, hacer transparentes sus muros ciegos y luminosos sus rincones oscuros.

El autor debe afrontar su trabajo con seriedad –no escribiendo desde la información contenida en una carpeta, sino desde el compromiso profundo de su corazón y su inteligencia con el tema, la trama y las formas literarias escogidas– sin que ello implique que el resultado no sea una obra divertida, apasionante y leve. Yo no veo contradicción alguna entre el trabajo bien hecho y el resultado placentero. Mi lema es el adagio de Wang Chung: “Los libros deben ser difíciles de escribir y fáciles de leer. No fáciles de escribir y difíciles de leer”.

Por más que nos guste la idea, los libros no hacen mejor al ser humano. Pero no lo hacen peor, y eso no es poco. En todo caso, cuanto más importante, grave o urgente es la temática, mayor ha de ser su tratamiento estético. ¿Cómo inculcar valores con libros que no han sido escritos honradamente? ¿Cómo contar verdades con personajes falsos y tramas endebles? ¿Cómo trasmitir pasión cuando no se tiene otra inspiración que un encargo editorial o la certeza de que el asunto es de actualidad o está de moda?

  1. ¿Qué autores o lecturas te han formado como escritor?

Para no responder “Todos”; lo que sería ligeramente exagerado y demasiado cómodo, tendría que decir que casi todos los libros que he leído me han formado como escritor. En algunos he aprendido lo que no debo hacer en ningún caso; en otros he aprendido todo un universo o -más modesta, pero no menos esencialmente- he comprendido un sentimiento humano, me he abierto a una concepción del mundo, he descubierto algunas técnica, uno que otro truco… En muchísimas oportunidades solo pasé un buen momento (¿porqué desdeñar el reposo del guerrero?). Los libros leídos raramente ejercen una influencia directa en un autor y espero que nadie, tras leer lo que sigue, correrá a buscar en mis páginas la huella concreta de Hergé, Blyton, Andersen, Verne, Perrault, J.M. Barrie, Arkadi Gaidar, Mark Twain, Dora Alonso, Martí, Onelio Jorge Cardoso, Nicolás Guillén, Octavio Paz, Dahl, Afanásiev, Kästner, Fernando Alonso, Pierre Gripari, Conan Doyle, Astrid Lindgren, Dostoievski, Thomas Mann, Iuri Olesha…

Como se ve, la lista es amplia y diversa (y se me olvidan o dejo fuera, conscientemente o no, a muchos). Ciertos autores o libros me sirvieron de modelo cuando, adolescente, me lancé a escribir furiosamente; otros corrigieron mi trayectoria con su obra o sus consejos, los terceros me inspiraron, me ayudaron a comprenderme, me dieron un parangón que no igualaré jamás, pero que me animará intentarlo toda la vida…

  1. ¿Cómo llegaste a la escritura?

Siempre me conté historias a mí mismo. Yo era un niño soñador, insatisfecho conmigo y con la realidad, y corregía ambas cosas en relatos mentales en los que yo aparecía de manera diversa e irreconocible, lanzado a aventuras similares a las leídas o, sobre todo, vistas en el cine.

Creo que empecé improvisando historias para mis hermanos y amigos, o dibujándolas en las páginas de la libreta de matemáticas. Pero mi primera novela, con 13 años recién cumplidos, la escribí deslumbrado e inspirado por la película “La guerra de los botones”, del francés Yves Robert. Mis siguientes novelitas también abrevaron en el cine (franco-italiano sobre todo) y en las Aventuras de Tintín o las series detectivescas de Enid Blyton. Pero hubo un acontecimiento sin el cual quizás no hubiera escrito, en cinco años, 54 novelas (todas impublicables y casi todas destruidas, por mí mismo, en una pira bautismal): un día, durante la odiada clase de deportes, me robaron una novela de Julio Verne que había sacado de la biblioteca. No tuve el valor de confesar la estúpida pérdida y como, además, mi nuevo colegio me alejaba de la única biblioteca de la ciudad, dejé de frecuentarla.

En la Cuba de los 60, los libros que ofrecían suficiente evasión y enriquecimiento –importados de España, básicamente- se encontraban únicamente en las bibliotecas públicas. Y como no podía vivir sin aquellas lecturas, comencé a escribir algo parecido a lo que de repente me estaba vedado. Paulatinamente, la realidad de mi vida se fue insertando en mis modelos impostados (importados) y fui pasando de imitador a creador

  1. ¿Qué recuerdos guardas de las lecturas de tu infancia?

El placer inigualable que me proporcionaron mis lecturas de infancia es uno de los motores de mi actividad creativa. Como todo escritor, escribo en primer lugar para mí mismo, y a ese deseo de revivir la impresión que aquellas lejanas lecturas dejaron en mi espíritu virgen y ultrasensible, se suma el goce de la creación, comparable al de un marionetista que, de vez en cuando, recibiera el regalo de divino de ver a sus monigotes desobedecer los hilos para ponerse a hablar y actuar por cuenta propia.

El libro que me expulsó del mundo dorado de los lectores hacia el mundo alucinado de los escritores fue Los quinientos millones de la Begún, de Julio Verne. Un ejemplar idéntico a aquel que perdí durante la clase de deportes, lo conseguí en una acera habanera hace cuatro años, y actualmente reposa junto con un ejemplar del número del Magasin d’éducation et de récréation que incluye la versión original de la mitad de la novela verniana. Para más lustre de la anécdota, el ejemplar de esta venerable edición francesa lo adquirí en el negocio de libros usados que un extravagante bouquiniste instaló en unos vagones de tren abandonados a la entrada de Auver sur Oise, la ciudad de los Impresionistas y de la oreja de Van Gogh. Pero la compensación mayor por mi destierro bibliotecario la obtuve solo un año después, cuando en las noches sin luz de un campamento agrícola juvenil, contaba a mis compañeros las novelas que había leído. Entonces me gané el impagable apodo de “Julioverne”

  1. ¿Qué influencia tiene la literatura oral en tu obra?

Tan a menudo me han preguntado sobre la relación entre la tradición oral y mi obra que no puedo seguir contentándome con responder: “Ninguna”.

Sin embargo, lo cierto es que estoy convencido de no haber oído cuentos tradicionales cubanos durante mi infancia. Nadie contaba cuentos en mi casa ni en mi barrio, ni había cuenteros entre mis numerosos tíos y primos maternos, residentes de la muy tradicional provincia de Sancti Spiritus, ni tampoco entre la menos extensa rama paterna, dispersa entre Cruces, La Esperanza y La Habana.

A diferencia de otros países del Caribe y del continente americano, donde abundan los ciclos de narraciones orales centrados en personajes recurrentes (Juan Bobo, tío Conejo y tío Tigre, Pedro Urdemalas y otros), Cuba no posee una narrativa oral estructurada o al menos recurrente.   Esta peculiaridad me intriga desde hace tiempo, pero no he encontrado explicación ni en libros y revistas ni preguntando directamente a la personas conocedoras del folklore cubano. Imagino diversas razones; entre ellas el arribo de emigrantes de culturas diversas, que se superponían y mezclaban sin que ninguna consiguiera establecer una auténtica hegemonía: de la vasta África occidental y de toda España (entre otros grupos menores: haitianos, jamaicanos, chinos, judíos…). La primera y casi única referencia de narrativa tradicional afrocubana pasa por las versiones de Lydia Cabrera, folclorista y escritora “blanca” que se nutrió de una narrativa depositada en las “libretas de santo” y otras fuentes vinculadas a la Santería, religión de raíces yorubas que fue prohibida en los tiempos coloniales, discriminada en la primera república y solapadamente desacreditada por el castrismo. En tercer lugar atribuyo el subdesarrollo de la narrativa oral cubana al poderoso imperio de la música y la danza como formas de expresión de la identidad nacionalidad. Por otra parte el desarrollo temprano de la prensa y la literatura escrita (nuestro primer clásico de literatura infantil, por ejemplo, data de 1889), así como la pujanza de la radio y la televisión (Cuba fue una verdadera “potencia” iberoamericana en los inicios de ambos medios de comunicación masiva).

La forma de literatura oral más desarrollada y todavía viva en la Cuba actual tiene raíces hispano-cubanas y está precisamente muy vinculada con la música: la décima es la estrofa popular cubana (la copla, en cambio, solo la practican poetas cultos) y se expresa tanto en forma de versos previamente elaborados o en forma de improvisación fuertemente ritmada o abiertamente musical y con acompañamiento de guitarras. Esta última forma ha dado la vuelta al mundo en los compases de La Guantanamera.

Pero yo soy un citadino y mi infancia no fue acunada ni por décimas ni por cuentos de brujas canarias y gallegas o de aparecidos (los más difundidos) ni por patakines de raíz yoruba. Ni siquiera las adaptaciones literarias del folclor abundaban en los libros y revistas infantiles en que aprendí a leer en los primeros años 1960, puesto que los ideales comunistas difundidos desde los primeros tiempos de la Revolución eran incompatibles con la ideología popular criolla.

En fin que si algo hay de oralidad en mis libros es en la forma, en un gusto por dirigirme directamente al lector y algún que otro recurso retórico –técnicas postmodernas en definitiva- presentes en los textos que reuní en Los cuentos del mago y el mago del cuento o en álbumes como Don Agapito el apenado y El pájaro libro. Pero incluso en libros como La lechuza me contó, que he subtitulado “fabulendas ecológicas” o en La leyenda de taita Osongo, ni las leyendas y fábulas aludidas pertenecen al acervo popular cubano. Todo ha salido de mi imaginación y, hasta alardeo de ello.

Soy un gran desmemoriado y mi capacidad de olvido es tal que en el fondo me considero inculto y relativamente desarraigado. Exagero apenas cuando afirmo que mi imaginación es tanta que ha conquistado las neuronas que normalmente debí consagrar a la memoria

  1. ¿Qué conocimiento tienes de España en general y de la LIJ española actual en particular?

Desde que regresé a París en septiembre 2004, he viajado a España dos o tres veces por año. Mi conocimiento del país sigue siendo limitado, y en cuanto a su literatura infantil tengo una visión probablemente fragmentada; apoyada en largas estancias en librerías y ferias del libro, a la información que saco de Internet y de las cuatro revistas impresas que me llegan. En Francia solo quedan un par de librerías con una modesta muestra de la edición española para chicos, y la Biblioteca del Instituto Cervantes ofrece mucho menos, que el Centro de documentación La Joie par les livres, especializado, sin embargo, en la literatura infantil francesa.

Con todo, de la actualidad española, destacaría la eclosión del álbum ilustrado y de un grupo de editoriales bastante recientes y no muy grandes. Las empresas que poseen grandes catálogos de libros de bolsillo creo que podrían ser más audaces: tengo la impresión de que descansan, salvo honrosas excepciones, en un puñado de nombres que deben su celebridad a la cantidad más que a la calidad de su producción. A diferencia de lo que ocurre en Francia, no veo un convincente desarrollo español del libro fantástico de calidad. En otro orden de cosas, también echo de menos una crítica sólida e independiente que pueda arrojar luz a la penumbra donde prosperan tantos falsos valores (y de paso, aludo a los “valores transversales” de los que ya no se habla tanto, pero que siguen justificando la publicación de novelas endebles, sostenidas apenas por tal o más cual temática importante). Los catálogos están inflados por libros prescindibles, pero cuando los editores anuncian un sano programa de adelgazamiento, sospecho que se pierde tanta grasa como proteína.

Hay autores muy buenos, que no se dejan engañar por los cantos de sirena y que, con buenos tapones de cera en los oídos, producen a su ritmo los libros que de verdad les pide el alma; pero no quiero citar los que me vienen a la mente porque sería injusto con los que mi caprichosa memoria deja momentáneamente al margen, y porque más vale citar libros que autores (cuya completa producción podría desmentir joyas aisladas).

Se olvida demasiado a menudo que la salud de la literatura infantil depende de la salud de la lectura y no de la del mercado. En España hacen falta más puntos de venta, sobre todo fuera de las grandes ciudades, pero también hacen falta más bibliotecas públicas, y que las escuelas se doten de bibliotecas atendidas por bibliotecarios profesionales (en Francia ese cuerpo de documentalistas no solo está bien situado para juzgar la calidad literaria y aplicar mejores estrategias de promoción de la lectura, sino que constituyen un formidable aliado –cuando no un protagonista- de de las ferias municipales del libro). Es imprescindible que, como en países del norte de Europa, la literatura infantil sea leída por los adultos y situada por los medios de comunicación a la misma altura que la literatura que solo los adultos leen.

  1. ¿Qué crees que se puede hacer para el fomento de la lectura entre niños y jóvenes?

Hay una única receta eficaz para fomentar la lectura: publicar buenos libros. Libros de todos los géneros, de todos los estilos, de todas las temáticas, procedentes de todas las culturas, contemporáneos o clásicos… pero que estén escritos con ambición estética, con respeto y conocimiento del destinatario, con dominio del tema y de las técnicas literarias. Por supuesto, esto vale para todos los públicos. Si los adultos no leen, mal podrán inculcar el placer de la lectura en los más chicos. Esto incluye a los maestros, que no leen bastante para sí mismos, por placer, y para sus alumnos (para mejor orientar sus lecturas, pero también para compartir una literatura que, en buena medida explica quiénes son esos seres a los que están encargados de formar). Me contaba el comercial de una importante editorial, que tiene clientes (maestros) que le encargan el mismo libro desde hace veinte años. Son maestros que se leyeron un solo libro y lo quieren utilizar a lo largo de toda su carrera. A veces se trata de libros que ya no corresponden a los gustos, preocupaciones y necesidades de sus alumnos o que, incluso, han sido descatalogados (aunque ya sabemos que se saca de catálogo lo que no vende bastante, que no es obligatoriamente lo peor escrito) y que él debe hacer increíbles malabarismos para conseguirles algún ejemplar (¿que luego fotocopiarán…?).

Pero hay una paradoja a tener en cuenta. Si los padres deben leer a los pequeños, y si los maestros de guardería y primeros años escolares deben leer en voz alta ante la clase, paulatinamente deben dejar que los chicos lean solos. He visitado colegios en que los niños me dicen haber leído mi libro, cuando en realidad se han limitado a escuchárselo leer al maestro… y hablo de niños más de 7 u 8 años. Escuchar historias gusta a todo el mundo, pero quien no practica la lectura individual, jamás conseguirá adquirir la técnica y convertirse en auténtico lector. El otro problema de la lectura en voz alta es que impide la selección individual del tipo de texto. A menudo los no lectores no son más que chicos (y adultos) que no han encontrado el género, estilo o tema que los enamorará para siempre de la literatura.

Todas las encuestas afirman que los niños consumen una cantidad de libros muy superior a la que leen los adolescentes. No sé si esas encuestas tienen en cuenta la cantidad de páginas, y por consiguiente de tiempo, que implica el término de “libro leído”; pero lo a lo que apunto es a que parte del fracaso de la lectura en la adolescencia tiene que ver, paradójicamente, con su éxito en la infancia. Un niño acostumbrado a “oír” cuentos –por lo general escogidos por otros- no estará tan bien preparado para leer novelas por sí mismo, y aún menos para encontrar el tipo de libro que le conviene. La relativa pasividad del niño pequeño, que se deja proponer lecturas por sus mayores, limita la autonomía que debe ejercer el adolescente. Otro aspecto de la misma hipótesis tiene que ver con la calidad de las lecturas propuestas en la escuela. Un libro mediocre puede resultar aceptable durante la lectura oral compartida, y sin embargo revelará su insustancialidad durante una lectura individual. Cuando lees te zambulles en la realidad ficcional, haces amistad, te enamoras u odias a los personajes, vives la trama, te dejas seducir por la voz narrativa… Si el libro es mediocre, no puedes zambullirte más allá de la panza, los personajes te aburren, se te borran, la trama se te hace invivible, la voz narrativa parece hablar una lengua que apenas balbuceas. No sé si la calidad de la literatura infantil publicada en España es equivalente a la calidad de la literatura juvenil, pero, a riesgo de equivocarme, encuentro mucho libro juvenil más preocupado en abordar una temática que en crear un universo literario palpitante.

Veo un último problema en las actividades de animación a la lectura. A veces el medio se convierte en el fin: el narrador oral no dice de qué libro sacó sus cuentos, ni explica o trasmite el placer primero que él concibió leyendo los textos de su repertorio; o la animación propuesta tiene más de circo que de “puesta en voz” de una obra literaria, o el taller mismo nada tiene que ver con la lectura. También ocurre que el tallerista es un escritor y su público se retira satisfecho de la actividad, pero sin siquiera preguntarle por sus libros, ni pedirle la dedicatoria de uno de los ejemplares que están a la venta a tres metros de distancia. Por no hablar de los “encuentros” con escritores que ni los chicos ni sus maestros han leído previamente… y que tampoco tienen la intención de leer después.

Mi cuento El pájaro libro es una parábola de la angustia del escritor que se siente poco leído. El héroe de esa historia no es un escritor sino un libro, que se escapa de su estante polvoriento, aprende a volar y a hablar, para al fin instalarse como narrador oral en un árbol frente a la biblioteca. A los lectores tenemos que salir a buscarlos, tenemos que transmitirles nuestro sueño y contagiarles el amor, la pasión, la necesidad de los libros.

                                                                                                                                                                Joel Franz Rosell. París, junio de 2009