Roald Dahl (Entrevista imaginaria)

 

                         ENTREVISTA IMAGINARIA

RECOPILACIÓN REALIZADA POR JUAN JOSÉ LAGE PARA LA REVISTA PLATERO (número 178, noviembre – diciembre de 2.010)

            Reunidos en torno a R: DAHL, nueve personajes interrogan al autor sobre sus experiencias y su obra literaria. El autor responde con generosidad, no en vano los personajes reunidos en torno a su persona son los que el autor mas quiere, los que reúnen todas las cualidades que le gustaban: inteligencia, generosidad, astucia, bondad…  

            Las respuestas pueden contrastarse en obras como “Boy”, “Volando solo”, “Historias extraordinarias” (el relato “Racha de suerte”) y en la entrevista al autor de Juan G. Yuste en “El País Semanal” del 9 de diciembre de 1984.

MATILDA: ¿Cómo se inspira? ¿Tiene algún truco o método a la hora de escribir o algún tema preferido?

                        Escribo siempre a mano, en papel amarillo. Utilizo siempre un lápiz de esos que llevan en un extremo goma de borrar. Y siempre lo hago en mi cobertizo, lugar en el cual por el invierno hace mucho frío.

                        Tengo siempre a mano una libreta para apuntar las ideas que se me ocurren, porque las ideas son como los sueños: se olvidan enseguida si uno no se apresura a apuntarlas.

                        Escribo a diario. Comienzo a las 10 de la mañana, hasta mediodía; luego descanso y vuelvo a escribir de cuatro a seis de la tarde y después es hora de tomarse una copa.

                        Respecto a mis temas preferidos, diré que las historias reales no me interesan. Lo que menos me gusta es escribir sobre mis experiencias. Para mi el placer de escribir significa también el placer de inventar. En toda mi vida, solamente he escrito dos historias verídicas: Pan comido y El tesoro de Mildenhall, ambas incluidas en el libro “Historias extraordinarias”.

 

DANNY: ¿Qué consejos daría a quiénes quieran dedicarse al oficio de escribir? ¿Tiene algún autor que la haya servido de modelo o referente?

                        En principio deber ser perfeccionista, nunca quedar satisfecho de lo escrito. Debe tener una disciplina férrea, lo mismo que una fuerte resistencia y mucha humildad; el escritor que piensa que su obra es maravillosa sólo se busca problemas.

                        A esto debo añadir que ayuda mucho tener sentido del humor, tener una imaginación viva y escribir bien, o sea, tener la capacidad de que una escena tome vida en la mente del lector.

                        No obstante, debo decir que es un insensato el que se empeña en ser escritor. Su única compensación es la libertad absoluta. No tiene quién le mande, salvo su propio espíritu, y eso, estoy seguro, es lo que le tienta.

                        Respecto a la segunda pregunta, Dickens es un autor que me encanta (leí todas sus obras en el internado de Repton mientras hacia de “calientaretretes”) y con Hemingway aprendí el estilo de frases cortas.

CHARLIE: ¿Cómo empezó a escribir?

                        En 1942 yo estaba de agregado aéreo adjunto en Washington, tras mi accidente de avión. Un día me vino a visitar el escritor C. S. Forester, el mejor narrador de cuentos sobre el mar desde J. Conrad y que por entonces escribía relatos para la revista “Saturday Evening Post”.

                        Y me pide que le escriba una historia sobre mi experiencia como aviador durante la Segunda Guerra Mundial. “Haré lo que pueda”, le contesté.

                        Y así, de casualidad, es como surgió “Pan comido”, un cuento basado en mi experiencia de piloto de guerra en el desierto de Libia.

                        Dos semanas después de enviárselo, recibí un cheque con 900 dólares y una carta de Forester diciéndome que mi obra era un narración maravillosa y fruto de un escritor con talento.

                        Así que allí en Washington, durante los dos años siguientes, escribí once relatos y todos fueron vendidos a revistas americanas.

                        También probé entonces a escribir una historia para niños. Se titulaba “The Gremlins”, o la historia de unos hombrecillos o duendecillos que vivían en los cazas de la RAF y eran ellos los responsables de todo. La obra en sí fue adquirida por Walt Disney para hacer una película, pero nunca llegó a terminarse.

 

JAMES: Posiblemente aquí empiece entonces su relación con el cine. ¿Por qué se decidió a escribir guiones para películas?

                        Efectivamente. Debido a los gremlins me concedieron tres meses de permiso de mis obligaciones en la embajada de Washington y me fui corriendo a Hollywood. Allí me alojé a expensas de Disney en un lujoso hotel de Beverly Hills y se me proporcionó un automóvil grande y lujoso. Tenía por aquel entonces 26 años y me lo pasé bomba.

                        Asistía a las reuniones en el inmenso despacho de Disney, pero tengo la impresión de que a Disney no acababa de gustarle aquella fantasía.

                        Después me pidieron que escribiera un guión para la película “Sólo se vive dos veces” de la serie James Bond. Creo que me lo pidieron porque se trataba de la peor novela de Ian Fleming y no había nada en ella que pudiera llevarse a la pantalla.

                        También escribí el guión de “Chitty. Chitty, Bang, Bang”, pero la verdad es que no me gustaba escribir guiones. Es algo muy desagradable. Hay que reescribirlos muchas veces y trabajar contra reloj. Creo que no volveré a hacerlo.

 

JORGE: También fue durante su estancia en Estados Unidos cuando conoció al presidente Roosevelt.

                        Pues así fue, efectivamente. El cuento de los gremlins gustó mucho a Eleanor, la esposa del presidente, que se lo leyó a sus nietos en la Casa Blanca.

                        Un día recibí una invitación para cenar con ella y el presidente. Pasamos una velada espléndida y volvieron a invitarme. Luego Eleanor empezó a invitarme a pasar los fines de semana en la casa de campo del presidente.

                        Allí pasé muchos ratos a solas con F. D. Roosevelt. A veces me paseaba por la finca en su coche, creo que era un Ford antiguo, adaptado especialmente para sus piernas paralizadas.

BILLY: A juzgar por sus libros, no tiene buenos recuerdos de la escuela y los maestros de su infancia

                        Desde 1925, cuando tenía 9 años y hasta que cumplí los 18, pasé por diferentes internados. Fueron años de horror, de disciplina feroz, sólo reglas y más reglas que había que obedecer. Y el temor a la palmeta se cernía constantemente sobre nosotros, como el miedo a la muerte.

                        Aquella palmeta cruel regía nuestra existencia. Nos pegaban por hablar en el dormitorio después de pagarse las luces, por hablar en clase, por no hacer bien los trabajos, por saltar muros, por ir desaliñados, por olvidarnos de cambiarnos los zapatos por la noche o por causar la menor ofensa a cualquier maestro.

                        Dicho de otro modo, nos pegaban por hacer todo lo que era natural que hicieran unos niños como nosotros.

                        Y lo más desagradable de todo, a mi juicio, era que a los chicos mayores (de 17 a 18 años) – los llamados prefects o blazers – se les permitía azotar a los pequeños (de 13, 14 y 15), por la cosa más nimia como no tostar bien el pan, en una ceremonia que tenía lugar durante la noche cuando ya habías subido al dormitorio y te habías puesto el pijama.

                        No obstante, siempre hay excepciones y guardo un recuerdo entrañable de miss O´ Connor, que tendría unos 50 años cuando nos vigilaba los sábados por la mañana, entre las 10 y las 13, mientras los maestros se iban de copas al pub más próximo.

                        Era una maestra magnifica y muy capacitada. Tenía ese don que sólo los grandes maestros poseen: el de hacer que todo aquello de lo que hablaba, cobrase vida ante nosotros.

                        Quizá valiera la pena asistir a aquella espantosa escuela simplemente por lo maravilloso y divertido que resultaban sus clases de literatura inglesa.

                        Guardo en la memoria también el recuerdo cariñoso de un profesor de la escuela de Repton, donde había unos 30 maestros, la mayoría tediosa e incolora, sin ningún interés por sus alumnos. Se llamaba Corkers, un solterón excéntrico y seductor que estaba allí para enseñarnos matemáticas, pero en realidad no nos enseñaba nada y tal era deliberadamente su método. Sus lecciones consistían en una serie de pasatiempos inventados por él de tal modo que no hubiera nunca ocasión de mencionar las matemáticas.

                        Lo mismo pienso del profesor de arte Arthur Norris, recatado y tímido, que se mantenía al margen del resto del claustro. Fue quien organizó una exposición de mis fotos y tengo la impresión de que fue hablando con él de pintores como Matisse o Cézanne como concebí mi gran pasión por los pintores y su obra.

 

SOFIA: Aparte de “Los Gremlins”: ¿Cuál fue su primer libro infantil? ¿Qué características cree que debe reunir un buen libro infantil?

                        Yo contaba cuentos a mis hijos todas las noches, cada noche uno distinto. Algunos eran muy malos y otros un poco mejores, pero a ellos les gustaban y me dije: ¿Por qué no trato de escribirlos? Y así escribí Charlie y la fábrica de chocolate y fue un éxito (libro por cierto, que siempre me rondó por la cabeza ya desde niño, tras mi experiencia como catador de chocolates de la fábrica Cadbury´s cuando estaba en el internado de Repton)

                        Respecto a la segunda pregunta, en mi libro “Matilda”, insinúo tres aspectos que debe reunir todo buen libro infantil: misterio (porque mantiene la atención del niño); humor (los niños no son tan serios como las personas mayores y les gusta reírse); y la forma de contar, que les envuelvan las palabras, como nos envuelve la música.               

EL SUPERZORRO: ¿Qué hizo nada más abandonar el internado de Repton a los 18 años?

                        Mi madre quería que eligiera entre las universidades de Oxford o Cambridge, pero yo deseaba viajar y conocer mundo.

                        En septiembre de 1933 me incorporé a la compañía Shell, pero antes de incorporarme, pasé el verano en Terranova, con una expedición de unos 30 muchachos de mi edad y cuatro guías adultos. Pasé por un tiempo en la oficina central y luego pasé varias semanas vendiendo petróleo a señoras de edad en pueblecitos perdidos. En 1936 me destinaron a África Oriental, por un periodo de tres años con seis meses de descanso. El sueldo era de 500 libras anuales.

                        Pero los tres años se alargaron, porque cuando estaba en Dar es Salaam estalló la segunda guerra mundial y de allí subí a Nairobi a enrolarme en la RAF. Seis meses después era piloto de guerra y pilotaba Hurricanes por todo el Mediterráneo.

                        Derribé algunos aviones y fui derribado a mi vez. Pasé seis meses en un hospital de Alejandría y después fui destinado a la embajada de Washington.

 

SEÑORITA HONEY: Hacerse piloto en seis meses debe ser una experiencia inolvidable. ¿Qué recuerdos guarda de esos momentos tan duros?

                        Fueron muy duros, los peores años de mi vida, y los tengo vivos en mi memoria. Casi todo lo que recuerdo lo cuento en “Volando solo”.

                        Físicamente, por mi altura de 1,96, no era la persona idónea para pilotar uno de aquellos aparatos, pero no obstante era joven y deseaba hacerlo.

                        Después de los seis meses, me hicieron oficial piloto de avión de caza y me destinaron a la 80ª Escuadrilla, que volaba en Gladiators – arcaico caza biplano provisto de dos ametralladoras fijas que disparaban sus balas a través de la hélice en movimiento, para mi la mayor obra de magia que había visto en mi vida – luchando contra los italianos en el desierto de Libia.

                        No hay duda que nos habían lanzado a la lucha sin una preparación adecuada y ésa, en mi opinión, fue la causa de las grandes pérdidas de pilotos jóvenes que tuvimos allí. Yo mismo me salvé por los pelos.

                        Tras un accidente gravísimo, me destinaron de nuevo a la 80ª Escuadrilla, en Grecia, pero ahora pilotando Hurricanes,y en mi primer enfrentamiento derribé un bombardero alemán, de lo cual por entonces me sentí muy satisfecho.

                        Tuve varios enfrentamientos en la llamada batalla aérea de Atenas, de los cuales salí milagrosamente ileso y al poco empecé a sentir dolores de cabeza alucinantes, como si me clavaran un cuchillo en la frente, hasta tal punto que me hacían perder la consciencia.

                       El médico examinó mi expediente y dictaminó que todo se debía a las graves heridas recibidas en la cabeza cuando me estrellé en el desierto de Libia. Así que me declararon inútil y volví a Inglaterra.